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Una puntada y una llamada

Una puntada y una llamada

El tejido les permitió juntar soledades, nombrar lo innombrable, mantener la memoria y encontrarse entre iguales. Desde el 2017, el costurero abierto del Museo Casa de la Memoria ha sido un punto de encuentro entre el tiempo, la puntada, el dolor, la alegría y la esperanza. Siempre se les veía llegar a sus integrantes con prontitud, con un talego repleto de lanas y agujas, bocas ávidas de contar historias que terminaban cruzadas en las puntadas y bordados de los que el lienzo siempre es testigo.

“¡Mirá lo que hice!” El saludo al llegar al lugar en que se reunían. “¿Qué tal me está quedando?” Y así, sus vidas se juntaban con las del Museo. Caía la tarde. “¿A qué hora nos vemos la otra semana?” La pregunta que confirmaba el siguiente encuentro.

Interrogante que se quedó en el aire cuando el Gobierno Nacional decretó la cuarentena por causa de un virus que no sabe nada del tejido, ni las agujas, ni las historias. Coronavirus le han llamado. Y entonces ¿qué hacíamos con el taller de tejido?

Llamar, tejer acompañar

Quienes habitan este costurero abierto son en su mayoría mujeres mayores de 44 años. Muchas de ellas se enfrentan a la soledad que van trayendo los años, la depresión, las nostalgias y los duelos. Algunas, incluso, son víctimas del conflicto armado quienes han encontrado en este espacio un laboratorio para cerrar las costuras de adentro mientras tejen los pañuelos de afuera.

Yecci Bell y Orlinda, las “profes”, como les llaman en el taller de tejido, sabían de lo fundamental que era este espacio, del abandono que podría provocar no seguir con el proceso. Tal vez, muchas de ellas no sabían mucho de plataformas para video llamadas y chats colectivos; aunque, sin duda, todas sabían contestar una llamada y dejar salir las palabras de adentro por la bocina del teléfono.

“Es un proceso muy hermoso. La llamada no se queda solamente en llamar por protocolo, sino que lo que se ha venido construyendo con las familias de las señoras, con las propias señoras, con lo acogidas que se sienten por parte del Museo con esas “llamaditas” y con el estar pendientes. Generamos un grupo de whatsapp donde ellas comparten noticias, resuelven dudas, de cómo retirar la pensión… los medicamentos, resolvemos dudas de noticias falsas. Es un proceso que no queremos dejar morir”, comenta Yecci Bell. A las tejedoras se la ha ido dejando tareas para que sigan tejiendo en casa.

Y es que a este proceso se han adherido las mismas familias. Por ejemplo, Mireya de 88 años envía sus fotos al grupo de whatsapp gracias a su hija, quien detalla las actividades que su madre hace y comunica su estado de ánimo. También, Geraldine, de 5 años, acompaña a su abuelita Olga Lucía viéndola tejer, queriendo aprender.

No todo se ha quedado en el tejido. En estos tiempos de cuarentena algunas integrantes del costurero han pasado por necesidades que han sido suplidas por otras compañeras que les han hecho llegar ayudas y mercados.

Se teje para curar el alma

En tiempos de cuarentena, no solo la enfermedad física aparece con mayor frecuencia, el alma va sintiendo el distanciamiento y la soledad con fuerza. Algunas integrantes han perdido seres queridos o se encuentran muy lejos de ellos; otras siguen elaborando su duelo y su reparación como sobrevivientes del conflicto armado.

Por ejemplo, Maria Elena Toro, integrante del costurero, nos cuenta que «la puntada es parte de la reparación simbólica de las víctimas del conflicto armado. El costurero permite puntada a puntada, lagrima a lágrima ir sanando, reconociendo el mismo dolor, ser solidarios, estar pendientes que no nos traten con lástima por ser víctimas, nos falta un ser querido y por eso nos movilizamos. Siempre tener cuido con el juzgar y señalar que no aporta a los procesos».

Puntada a puntada muchas van sanando, viejos dolores, nuevos pesares. También el tejido les ha permitido contar su vida, dejar al lienzo como testigo de su historia, y, también tener una segunda casa.

El Museo: Una casa

Si en algo han coincidido las integrantes es que el Museo Casa de la Memoria se ha convertido en su segundo hogar, otra familia, que les ha permitido coincidir, hacer terapia, relajarse, crear. Aquí una colcha de retazos con los relatos de nuestras tejedoras:

“El museo para mí es mi segundo hogar. Allí tengo otra familia, una forma de distraerme, donde se aprende mucho de los otros, la bisutería, las manualidades como el bordado, el crochet, tejer el punto de cruz y tantas otras cosas que hemos aprendido como los talleres. El museo casa de la memoria también es un lugar sanador eso es para mí este lugar que Dios bendiga las personas que nos acompañan allí”. Olga Lucía, tejedora.

“El museo para mi opinión es parte importante de mi diario vivir. Yo allí encuentro como una familia y, al realizar lo que hacemos, cambio por completo: me relajo, me encanta hacer los trabajos, compartir con mis compañeras y con ustedes, además, somos mundos diferentes” Margarita Montoya, Tejedora.

“El tejido representa el pensamiento, donde a través de las agujas, los hilos, las puntadas, se plasman los sentimientos del recuerdo vivido. Así es como las mujeres del costurero tejen. Sus manos son el medio para la creación, sus ojos, algunos desgastados por el paso de los años, permiten apreciar el esfuerzo y la dedicación.
En el tejido muchas veces hay que desarmar todo y volver a empezar, se trabaja la paciencia, la dedicación y compromiso”. Yecci Bell, mediadora y acompañante de las tejedoras.

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